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IT´S A WONDERFUL LIFE

Aplausos quiero dar a la humana criatura que, perdida en el laberinto de los efectos y de las causas, va haciendo lo que puede, sin saber bien para qué. Por hacer el intento de la esperanza, cuando el final ya está cantado. Por el ingenio, que permite reproducir la sorpresa en un Universo aburridísimo. Por las que están buenas e igual estudian. Por el que, contando con las dos cosas en el menú, termina eligiéndola porque estudió. Por el que se lleva bien con la gorda y eso le basta para salir con ella aunque le dé un toque de vergüenza. Por el dotado, que igual siente vergüenza en el vestuario. Por el que no está dotado y dejó su carrera promisoria como futbolista para no pasar vergüenza en los vestuarios. Por el que se piantó porque se había equivocado de destino, pero nunca dejó de sentirse culpable por su huída. Por Schopenhauer, que soportó lo de las uvas. Por la que nunca gozó con él, pero se la banca porque lo ama. Por la que regaló sexo por piedad. Por

FEESTJE, LOKKICHE JIERDEI, ORBIS TERTIUS

Debo a la conjunción de un televisor y de una página de internet el descubrimiento de Lokkiche Jierdei. El televisor inquietaba el fondo de una habitación en un departamento de la avenida Luro, en Mar del Plata; la página falazmente lleva el título de Kiwipedia y es una copia literal, pero también morosa, de la famosísima Wikipedia. El hecho se produjo hará unos cinco años. Federico Liste había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitiera a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, se escuchaba el televisor. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los televisores tienen algo monstruoso. Entonces Liste recordó que uno de los ortodoxos de Lokkiche Jierdei había declarado que los televisores y la cópula son ab

EFIALTES

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Arthur soñó que vivía en un mundo imposible. Un mundo donde la gente moría para siempre; donde cada momento era inaugural y los actos irreversibles. Despertó jadeante y no pudo volver a conciliar el sueño.

7 MARES

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En la habitación del fondo, en el placard, dentro de una prolija funda naranja que antes fuera mantel. Allí guardaba mi abuela la Noblex 7 Mares. Botonera, seis bandas, oronda antena telescópica y tapa protectora con elegante mapa de usos horarios. “¡No toque, eh!” Tarde de torta negra, té y pedidos de silencio: “¡Shhh!” El cuerpo reclinado sobre la mesa y la oreja pegada al parlante para encontrar entre interferencias y ruidos molestos el eco de una voz que la transportara de nuevo a su tierra, lejana en el espacio y en el tiempo. El indicador largo recorriendo el dial de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, timoneado con habilidad, con la puntita de la lengua afuera para lograr precisión. Dos centímetros de trayecto podían llevarte de viaje por seis países europeos y dos distantes territorios asiáticos. El asunto requería cuidado y precisión. - ¡Slishno!, ¡Eto ruski! Noticiero. En el momento en que se lograba la sintonía no se podía pensar en hacer ni un solo ruidito

A TRAVÉS DEL AGUJERO EN LA POSTAL

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El punto de encuentro de la Corriente marina cálida de Brasil y la corriente fría de las Islas Malvinas otorga las condiciones perfectas para el emplazamiento de una ciudad, por donde se la mire, tibia. Mar del Plata es otra de acuerdo a que se vea de afuera hacia adentro que de adentro hacia fuera. La postal es conocida: el edificio de un casino falsamente considerado el más grande del mundo, una franja costera kilométrica donde miles de sombrillas multicolores no dejan adivinar la arena, tres o cuatro construcciones de estilo normando, un par de pétreos lobos marinos mirándose entre sí. Pero lo que de lejos es homogéneo y terso, de cerca se muestra rugoso e imperfecto. A través del agujero en la panorámica la realidad puede ser monstruosa. Que otros se jacten de vivir calles que nunca duermen: Mar del Plata exhibe el privilegio extraño de ser la ciudad que nunca despierta. Si la hubiera conocido, fácilmente Oscar Wilde podría haber escrito El fantasma de Canterville otorgand

DORMIR

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DORMIR Algunos pequeños movimientos, acomodarse incómodamente previendo la posición en que quedará el cuerpo después de que se relajen los músculos, después de que se afloje la tensión. Cerrar los ojos; comprobar que esa no es la disposición buscada. Buscar otra, desparramarse, volver a abrirlos, acomodar la almohada o lo que sea que sostenga la cabeza. Girar hacia el otro lado. Los sentidos nacieron para la conservación y los sentidos son la vigilia; abandonarla es abandonar el alerta, exponerse al peligro, a la muerte, a la desaparición. Pero la vigilia permanente sería demasiado ardua; una condena, un sacrificio imposible. La tensión se resuelve con un mecanismo de seducción: el sueño es opio que embriaga y vence, sugestión que debilita la resistencia de nuestras defensas y a la que nos entregamos mansos. Se sueltan pausadamente las cuerdas que tensan nuestro mundo representado, se corren los nudos de ese plexo ordenado y el universo entero colapsa como una gran carpa de

EL REFLEJO

Era un ritual. Volver del trabajo a mil con la camioneta por la costa, apurado como si llegar a casa me librara de las cadenas de ese trabajo que siempre había deseado y ahora despreciaba. Llegar bajándome de mi asiento de conductor casi antes de terminar de estacionar en la trotadora y poner la llave en la cerradura de la puerta exagerando el ruido como en los efectos especiales de las películas argentinas: para que me escucharan Bautista y Agustín y se pusieran contentos. Para que Paula terminara de poner la mesa apurada y repasara mentalmente la forma que esa noche tendría su lamento cotidiano. “-¡Hola, hola, hola!”, era mi saludo inevitable. Como un presentador de la televisión, como el conductor del programa de preguntas y respuestas que me sentaba a ver todas las noches después del beso en la cabeza a los nenes, después del pico apurado a Paula, después de sacar de la heladera los potecitos con el queso y el salame, cerrando la puerta con el pié y haciendo el trotecito hasta e