LA BELLE FÈRRONIERE


No podía pasar por la entrada que lleva del pasillo a la sala donde se halla, custodiada por un grueso vidriado antireflex, la sonrisa infatigable de la Mona Lisa. Un ejército de japoneses con sus flashes como armas disparaban sobre ella y detenían mi paso. Evitando el tumulto me senté en una butaca y sentí como un rayo su mirada seductora. Desde su ventana eterna de madera, colgada con desprecio ahí afuera, clavó sus ojos en mí y nos enamoramos para siempre.

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