SI FUERA POR MÍ, NI LA RUEDA




Mientras manejaba hace unos días de mi casa hacia el trabajo, Drexler me cantaba “Guitarra y vos”, un extraño tema en el que, después de enumerar cientos de cosas que existen gracias a la tecnología humana (desde los ladrillos hasta los ordenadores y los espejos, hasta las drogas de diseño, hasta las tomografías computarizadas, hasta la mesa donde se apoya el vaso de vino) Jorge concluye que sólo le hacen falta su guitarra y su mujer. El paisaje indiferenciado que se veía desde la ventana de mi auto en movimiento comenzó a volverse inteligible. Comencé a ver, allí donde antes simplemente miraba. 

Y vi calles, autos, edificios, plazas, carteles, empresas, balcones, rejas, ladrillos, ordenadores, espejos. Vi hombres trabajando detrás de todas las cosas, vi las cosas como efectos, las cosas como productos, como el resultado de las ideas de individuos particulares puestas en juego, llevadas a la práctica. La cerradura de la puerta de un comercio me hizo visualizar a un lejano inventor enfrentado al problema de conservar sus bienes, sus horas de trabajo pergeñando el sistema, a un rudimentario herrero (que luego sería cerrajero) limando llaves, a alguien que pensó en combinaciones, a la industria del metal, la del acero. Pensé en los mineros extrayendo los elementos nativos, en hombres en carros, carretas, autos y camiones, transportando de aquí para allá sus cargas para que fueran materia prima de maquinarias creadas por otras necesidades, por otros individuos. Una cerradura me abrió las puertas de todo un mundo. Comencé a pensar cómo sería un lugar habitado sólo por gente como yo. Un mundo de personas enfrascadas en sus divagaciones, un mundo de eternos procastinadores, de despreciadores de la práctica. Jonathan Swift ya lo había imaginado al describir a los habitantes del extraño reino de Lupata*. El viajero Gulliver no podía entender cuál era la causa de que sus sirvientes tuvieran una pequeña varilla de la que colgaba una vejiga con guisantes o piedrecillas menudas, ni por qué con ellas a cada rato tocaban las bocas y los oídos de quienes tenían cerca de sí. Pero a poco de verlos descubrió el misterio: los cerebros de aquellas gentes estaban siempre absortos de tal modo en intensas especulaciones que no podían hablar ni escuchar a los demás sin que los órganos de la fonación y de la escucha les fueran tocados. Así, quienes podían pagar por este servicio, contaban con un golpeador (climenole) sin el que no salían ni a la puerta. Esta gente amaba la especulación matemática, pero despreciaba la geometría aplicada. Sus casas eran así desastrosas, con las paredes en chanfle, sin ángulos rectos. En todo lo práctico – hasta en lo más habitual - eran lentos y dubitativos, mañosos y torpes. Vivían en cambio atormentados pensando en los movimientos celestes que pudieran derivar en la destrucción total de la Tierra, o en la segura destrucción del sol. Y así no podían gozar de los placeres cotidianos de la vida. Debo tener mis antepasados en ese lugar. (¡Laputa!). Admiro y envidio profundamente a aquellos temples que han podido y pueden sobreponerse a la constatación de la ausencia de sentidos últimos y, creándose los propios provisionales, han construido este plexo articulado de útiles y objetos que llamamos mundo. 

La ciencia, la poesía, el barro, el ladrillo, la pared, las fotografías, el arte, la artesanía, las guitarras, el nylon, el metal, el clavijero, la prensa, la gubia, el barniz, las herramientas del carpintero, la computadora, la afeitadora, el despertador, el telescopio, el arado, el molino, la mesa en que apoyo el vaso de vino, las curvas de la montaña rusa, la semicorchea y la semifusa. El té, los ordenadores, los espejos, los lentes para ver de cerca y de lejos, la cucha del perro, la mantequilla, la yerba, el mate y la bombilla. Cines, trenes, cacerolas, fórmulas para describir la espiral de una caracola, el tráfico, los créditos, las cláusulas, las salas vip, las cápsulas hipnóticas, las tomografías, las condiciones para la constitución de una sociedad limitada, biberones, obuses, los tabúes, los besos, el hambre, el sobrepeso, las curas de sueño, las tisanas, las drogas de diseño y los perros adictos a las drogas en las aduanas. Y si fuera por mí, ni la rueda. 






*El nombre original del lugar imaginado por Swif era Laputa. Algunas buenas traducciones, parece, se andan con eufemismos.

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